Debido a que el actual Papa ha elegido el nombre de Francisco, mucha gente ha vuelto a interesarse por esta figura singular, tal vez una de las más luminosas que el cristianismo y el propio Occidente ha producido: Francisco de Asís. Algunos lo llaman el "último cristiano" o "el primero después del Único”, es decir, de Jesucristo.
Seguramente podemos decir que cuando el cardenal Bergoglio eligió este nombre quería indicar un proyecto de Iglesia en la línea del espíritu de san Francisco. Este era lo opuesto al proyecto de la Iglesia de su tiempo, que se expresaba por el poder temporal sobre casi toda Europa hasta Rusia, por inmensas catedrales, suntuosos palacios y grandiosas abadías. San Francisco optó por vivir el evangelio puro, literalmente, en la pobreza más extrema, con una sencillez casi ingenua, con una humildad que lo situaba junto a la Tierra, al mismo nivel de los más despreciados de la sociedad, viviendo entre los leprosos y comiendo con ellos en la misma escudilla. Nunca criticó al Papa o a Roma. Simplemente no siguió su ejemplo. Para aquel tipo de Iglesia y de sociedad confiesa explícitamente: “Yo quiero ser un novellus pazzus, un nuevo loco”: loco por Cristo pobre y por “la señora dama pobreza” como expresión de total libertad: nada ser, nada tener, nada poder, nada pretender. Se le atribuye esta frase: “deseo poco, y lo poco que deseo lo deseo poco”. En realidad no era nada. Se despojó de cualquier título. Se consideraba “estúpido, mezquino, miserable y vil".
Este camino espiritual fue vivido a duras penas, ya que cuantos más seguidores acudían, más se oponían a él, reclamando conventos, normas y estudios. Resistió como le fue posible, y al final tuvo que rendirse a la mediocridad y la lógica de las instituciones que presuponen reglas, orden y poder. Pero no renunció a su sueño. Frustrado, volvió a servir a los leprosos, dejando que su movimiento, contra su voluntad, fuese transformado en la Orden de los Frailes Menores.
La humildad ilimitada y la pobreza radical le permitieron una experiencia que viene al encuentro de nuestras preguntas: ¿es posible recuperar la atención y el respeto por la naturaleza? ¿Es posible una hermandad universal que incluya a todos, como él lo hizo: el sultán de Egipto que encontró en la cruzada, la banda de asaltantes, el feroz lobo de Gubbio y hasta la muerte?
Francisco mostró que esta posibilidad es realizable a través de una práctica vivida con sencillez y pasión. Al no poseer nada, mantuvo una interacción directa de convivencia y no de posesión, con cada ser de la creación. Al ser radicalmente humilde se situaba en la misma tierra (humus = humildad) y al pie de cada criatura, que consideraba su hermana. Se sintió hermano del agua, del fuego, de la alondra, de la nube, del sol y de cada persona que encontraba. Inauguró una fraternidad sin fronteras: hacia abajo con los últimos, hacia los lados con sus semejantes, independientemente de si eran papas o siervos, hacia arriba, con el sol, la luna y las estrellas. Todos son hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre de bondad.
La pobreza y la humildad así practicadas no tienen nada de santurronería. Suponen algo previo: el respeto sin restricciones a cada ser. Lleno de devoción, quita a la lombriz del camino para que no sea pisoteada, sujeta una rama rota para que se recupere, en invierno alimenta las abejas que revoloteaban perdidas. Se colocó en medio de las criaturas con profunda humildad, sintiéndose su hermano. Confraternizó con la "hermana y Madre Tierra". No negó el humus original y las raíces oscuras de donde venimos todos. Al renunciar a cualquier posesión de bienes, rechazando todo lo que podría ponerle por encima de otras personas y de las cosas, y poseerlas, se convirtió en hermano universal. Iba al encuentro de los otros con las manos vacías y el corazón puro, ofreciéndoles sólo cortesía, amistad, amor desinteresado, lleno de confianza y ternura.
La fraternidad universal surge cuando nos ponemos con gran humildad en el seno de la creación, respetando a cada ser y todas las formas de vida. Esta hermandad cósmica, fundada en el respeto ilimitado, es el requisito previo necesario para la fraternidad humana. Sin este respeto y esta fraternidad, difícilmente la Declaración de los Derechos Humanos será eficaz. Habrá siempre violaciones por razones étnicas, de género, de religión y otras.
Esta postura de fraternidad cósmica, asumida seriamente, puede animar nuestra preocupación ecológica de salvaguardia de cada especie, de cada animal y de cada planta, pues son nuestros hermanos y hermanas. Sin fraternidad real nunca llegaremos a formar la familia humana que habita la "hermana y Madre Tierra" con respeto y cuidado. Esta fraternidad demanda una inquebrantable paciencia, pero también contiene una gran promesa: es alcanzable. No estamos condenados a liberar a la bestia que habita en nosotros y que tomó forma en Videla, Pinochet, Fleury y otros cobardes torturadores.
Ojala el Papa Francisco de Roma en su práctica de pastor local y universal haga honor al nombre de Francisco y muestre la actualidad de los valores vividos por el fratello de Asís.
Leonardo Boff
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